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La alquimia de la cerveza

Ilustración: Pedro Daniel Guerrero/ Texto: Edgar Cajero
Eran de los primeros años del sedentarismo humano, se había evolucionado de tal manera que comprendíamos de cierta manera el fuego; comenzábamos a llegar a una tregua con el agua, al crear canales para desviar los cauces de los ríos para intereses comunitarios, el riego de las tierras que cultivamos.
Se nos conoce en la historia como los sumerios, poco fue nuestro legado escrito, pero comenzamos una época en la que fuimos creadores de sabores, alquimistas de nuestro entorno, viviendo al asecho de nuestros dioses que habían bajado a la tierra para disfrutar de su creación.
A nuestros dioses, les habíamos prometido crear en nuestros enormes laboratorios, hechos de barro mezclado con metales preciosos desenterrados de las dunas, un sabor único, que además de volver cálidas nuestras almas, ayudarían al hombre en su viaje por el tiempo en este mundo. Día y noche probábamos, alacranes hervidos en hierbas oscuras, cristales pulverizados en panes, cereales mezclados con las fragancias del desierto… nada. Nada lograba que las deidades encontraran esa paz que tanto anhelaban.
Enfadados, los dioses tiraron todo el pan del pueblo a las calderas que guardaban agua del rio aun hirviendo. Desanimados no opusimos resistencia. Dormimos. A la mañana siguiente un aroma peculiar flotaba sobre los techos de la ciudad, nuestras narices eran incapaces de descifrarlo pero nos producía placer y tranquilidad. Era aquella mezcla de panes y agua, había tomado una consistencia nueva para nuestros ojos. Los dioses no se acercaban a la ciudad desde lejos nos veían. Enkidu fue el único en acercarse, bárbaro como lo era, comedor de ganado y arboles enteros se fue acercando poco a poco a la ciudad.
Enkidu se dirigió a las calderas, le ofrecimos un poco de esa bebida. Su corazón y su alma se purificaron. Enkidu comenzó a hablar como los humanos, comprendió el significado de la vida, nos pidió más bebida para llevarla a los dioses. A partir de ese momento los dioses bajan a Babilonia a saborear de la cerveza que nuestros calderos de alquimistas crean diariamente y que sirve de alimento extra en tiempos de sequía, de placer en tiempos de felicidad y que seguirá reproduciéndose entre las civilizaciones del mundo entero.

 

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